martes, julio 16, 2013

Coincidencias

Ahora que lo pienso ya estuve así otra vez. Cuando era muy chico, creo que quince años atrás. Fue en las vacaciones que contrataba papá, cuando trabajaba en la empresa antes de que lo rajen, era el uno a uno.
Hacia calor, estaba solo. Había gente pero no socializaba, quizás era por falta de empatía. La edad también era un problema, el único niño entre ocho adultos.
En estos días el inconveniente tenía nombre y apellido, por lo menos yo la acusaba de ser la culpable de mi estado. Un estado muy cercano a la soledad. No quería comunicarme con nadie, no me interesaba. Además sabía que nadie me comprendería. Margarita me exilió, cuando me dejó pase días enteros en mi habitación, semanas sin querer hablar con nadie. La tristeza era el mar que me rodeaba.
Años atrás en México, los Margaritas me aislaban, mientras más tomaban los adultos, menos atención recibía. El mar me ayudaba con el calor y al mismo tiempo tenía algunos juegos inflables que disfrutaba en soledad. Sentía que el mar y yo éramos compañeros, el también estaba solo. Trataba de hacerme amigo, de conocerlo, lo investigaba, vagaba en el fondo, recorría todo el perímetro demarcado por las boyas, pero creo que se resistía. Mis ojos ardían por la sal, no veía absolutamente nada con claridad. Cada tanto me revolcaba y hasta salí varias veces por tragar agua.
Mi cama post Margarita era un espacio donde también vagaba, me sentaba con la guitarra a tocar. Comía, dormía mucho, de mis ojos brotaban algunas gotas de agua con sal. No estaba demarcado con boyas, pero era mi único espacio, donde quería estar. Lejos de todos y seguro de mi mismo.
El mar me estaba pasando por arriba. Era mi aliado y a la vez se convertía en impenetrable y lejano. La sensación de oscuridad, de esperar algo más que no va a llegar, de intentar avanzar pero terminar revolcándote en el mismo lugar. La sensación de estar ahogado. Esas sensaciones se convirtieron en hastiosas, una rutina que como destino posible tenía solo el fondo del abismo.
En mi cama sucedía exactamente lo mismo.
Una tarde decidí sentarme en una reposera de la playa, solo a mirar el agua. Estaba cansado de pelear, ese día me había resignado. Mercedes, la esposa de Claudio, el supervisor de mi papá, me pregunto por que no estaba en el agua, si siempre estaba ahí. Argüí que me picaban los ojos y no tenía ganas. Ella me preguntó si usaba antiparras para que no me ardieran los ojos. Ni sabía lo que eran. Mercedes que era risueña, morena y bajita me prometió que me iba a regalar unas, supongo que al mismo tiempo noto mi mala cara y se apiadó. Esa misma tarde apareció según su explicación con unos anteojos para tener mejor visión bajo el agua. Me realizó una breve explicación y me dijo que cuando uno se aburre de algo, tiene que tratar de mirarlo desde otros ojos, por eso me daba las antiparras.
Hace unas semanas atrás buscando una púa para la guitarra, encontré los viejos antiparras azules. Recordé la anécdota y me propuse mirar con otros ojos.
En la Riviera Maya descubrí un mundo fantástico y nuevo. El mar azul dejaba de tener una visión turbia y acotada a casi un metro. Las antiparras me revelaron que el mar inmenso de la superficie, también era infinito bajo el agua. Existían formas, colores, maravillas nuevas. Veía la gente que nadaba a lo largo de muchos metros de playa. Descubrí que había pequeñas plantas, peces que solo se ven en películas, se alimentaban ahí y usaban las piedras que sostenían las boyas como refugio. Sin duda el mismo lugar de antes se convertía en algo inesperadamente asombroso.

Ya salí de mi casa, empecé a juntarme con amigos de vuelta. Ayudo a mi viejo en el laburo y no curso pero preparo finales para diciembre. Además arranqué pileta, justamente ayer venía nadando. Concentrado en mi mundo, en un mundo nuevo, donde el olvido ya pasó. Estaba haciendo espalda, mirando fijó el techo para no perder la línea del andarivel.  Cuando siento que mi mano golpea contra alguien. Me di vuelta rápidamente para pedir disculpas. Me saque las antiparras y la vi.

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